domingo, 5 de enero de 2014

Criterio 8. Parte 6. El dogma Phelan, la ''verdad'' académica de que ''América Latina'' es una ''etiqueta francesa'', es de origen estadounidense, y pretende imponerse en función del principio de ''autoridad'' dentro del ámbito de influencia de ''Occidente''

Tal como expusimos su desarrollo en los artículos anteriores, la idea ''América Latina'' surgió primero, y luego apareció el nombre ''América Latina''. Estos dos procesos, ocurrieron, parte en Hispanoamérica, en la América Española (nombre que el argentino Manuel Ugarte usaba en 1922), parte en España. Ya Bolívar se había referido a un ''Estado Inglés Americano'', y a un ''Estado Americano Español''.


Recapitulando el contenido de los artículos anteriores

Los documentos son muy claros: la idea circulaba desde 1851-1852 porque, José María Torres Caicedo así lo atestigua desde 1851, pero (suponiendo que pudo haberse equivocado de fecha), la encontramos en una carta-panfleto de Santiago Arcos (chileno hijo de un español partidario de la Independencia) que data de 1852, donde se refiere a ''nuestro continente'' como el continente de ''las razas latinas''.

Santiago Arcos conocía y admiraba a Domingo Sarmiento, en cuyos escritos encontramos, antes de 1849, la idea de ''razas'' como un linaje mediante el cual se trasmiten, de manera hereditaria, ciertas aptitudes ''intelectuales, morales e industriales''. 

Sarmiento desconfiaba de las capacidades de los españoles-castellanos para enfrentar el desafío de la modernización (en el contexto de la primera revolución industrial, o primera fase de la industrialización) y no confiaba en absoluto en los indios, pero sí creía en las posibilidades de la educación y de la inmigración como forma de superar dicho desafío. Tanto la nueva educación que se pensaba brindar, como la inmigración que se podía atraer tenían un importante componente ''latino'', pero no solo francés o italiano, sino también canario, gallego, y de diversos puntos del Mediterráneo. Sarmiento razonaba como un español-americano que quería enriquecer el espíritu ''castellano viejo'' con otras influencias de dentro y de fuera de España.

De manera que la idea de ''razas latinas'' no podía demorar en aparecer en algún momento entre los años 1849 y 1852, para referirse a pueblos con capacidades industriales, intelectuales o morales que serían la salvación de ''América Meridional'' o ''América del Sur'', nombre con el cual se aludía a todos los países al Sur del río Bravo, no solo a Suramérica.

En general, se suponía que mientras las capacidades industriales eran propias de los no españoles, y la capacidad de trabajo propia de los no castellanos, ciertos valores, como el sentido del honor, o la valentía, continuaban siendo dominio de los castellanos, y entre todos se complementaban, aunque lo decisivo para el siglo XIX serían las capacidades ''industriales''.

En este análisis influyó mucho más que Michel Chevalier, Alexis de Tocqueville, porque mientras el primero le dedicó medio renglón al tema, el segundo lo tuvo como tema-problema de todo un libro. Pero ni Chevalier ni Tocqueville se refirieron nunca a un sujeto colectivo llamado ''América Latina'', ni desarrollaron la idea. Lo que les interesaba era el desafío de la modernización (en los años 1830) y las capacidades que manifestaban los diversos pueblos para hacerle frente. Es posible que Tocqueville haya empañado la visión optimista que en su momento trasmitió Alexander von Humboldt (1815) sobre las capacidades ''industriales'' de los indios; en la formación de una conciencia continental influyeron mucho los juicios que aparecían en los relatos de viajes de los extranjeros.

Pero fueron los hispanoamericanos del siglo XIX los que se plantearon el tema, porque era a ellos a los que les interesaba resolverlo. Y fue de las Antillas españolas de donde vino la respuesta, siendo su vocero Francisco Muñoz del Monte, (español nacido en Santo Domingo pero que vivía en Cuba) en el año 1853, con una serie de artículos que tituló ''España y las Repúblicas hispanoamericanas'', y publicó en la Revista Española de Ambos Mundos.

La idea ''América Latina'' ya aparece muy madura en esta serie de 1853, tanto como ya aparecía madura la ''idea latina'' en Cataluña y en general, en España, hacia esa fecha. Esto nos hace pensar que hay todo un desarrollo anterior que está muy influido por la evolución de los contextos. En el mismo año 1853, la Revista Española de Ambos Mundos publicaba el artículo de Michel Chevalier, de 1836; un poco tarde como para influir, pues la serie de Francisco Muñoz del Monte representa una réplica a Chevalier aunque sin nombrarlo; seguramente porque lo que se estaba cuestionando era un sistema de ideas más que un autor.

También en 1853, Francisco Muñoz del Monte se refiere a una América indígena y a una América africana, solo que no confía en sus capacidades a la hora de enfrentar los desafíos del momento. Por otra parte, hay que observar que la América del Norte que preocupa a Muñoz del Monte no es una América anglosajona propiamente dicha, sino anglogermana. Se deduce que la única forma posible de competir con las capacidades ''industriales'' sumadas de los anglosajones y de los germanos (el tipo de inmigración que recibía EEUU) era sumando las capacidades ''industriales'' de los ''latinos'', que eran el elemento étnico predominante en la inmigración que recibían Hispanoamérica y Brasil.

En 1856, en París, el chileno Francisco Bilbao usa por primera vez el nombre ''América latina'', y lo hace en un contexto que no deja lugar a dudas sobre su significado. Bilbao también se refiere a una América sajona y a una América indígena; a esta última aspira a integrarla mediante la educación. Bilbao usa además, en dicha conferencia, por primera vez, el gentilicio latino-americano (no latinoamericano, que es un anglicismo), además de español-americano.

En 1857, el colombiano José María Torres Caicedo, publica un poema (de fecha anterior) donde usa por segunda vez el nombre ''América Latina'', y lo hace en un contexto que tampoco deja lugar a dudas sobre su significado. Sin embargo, no abandona, a lo largo de todo el poema ''Las Dos Américas'', el nombre ''América Española''.

En 1858, el español Emilio Castelar, en ''La Unión de España y América'', sin usar el nombre ''América Latina'' hace un detallado análisis de lo que serían las capacidades de los pueblos ''latinos'' de América, que compara, con ventaja, con las capacidades de los pueblos anglosajones de América. Desarrolla la idea ''América Latina'', siendo también uno de los impulsores de la ''idea latina'' en Europa.

Todo este desarrollo es anterior a 1861, evidentemente. Sin embargo, el dogma Phelan lo ignora.

¿Qué es el dogma Phelan?

John Leddy Phelan, historiador estadounidense, publicó, en 1968, y en México, un trabajo titulado ''El pan-latinismo, la intervención francesa en México (1861-1867), y la génesis de la idea de América Latina''. El original se publicó en 1965 con el título de ''Pan-latinism, French intervention in México (1861-1867) and the genesis of the idea of Latin America''.

También en 1965, se publicó en Montevideo un trabajo de Arturo Ardao ''La idea de Latinoamérica'', y en 1980, en Caracas, ''Génesis de la idea y el nombre de América Latina'' por el mismo autor. Seis años más tarde, el chileno Miguel Rojas Mix publicó en Toulouse, ''Bilbao y el hallazgo de América Latina''

Como nos explica Mónica Quijada, investigadora argentina del CSIC de Madrid, en una publicación aparecida en la Revista de Indias, de 1988, ''Phelan afirmó que la nomenclatura en las Américas había funcionado a menudo como una proyección simbólica de las ambiciones y designios de las potencias europeas con respecto a los territorios descubiertos por Colón. Ejemplo de ello sería el término 'Nuevo Mundo', que en los inicios de la colonización habría reflejado las aspiraciones franciscanas a la construcción de un nuevo espacio social y espiritual donde los indígenas -sencillos e inocentes- contribuirían a configurar un Cristianismo libre de los vicios del viejo mundo. De la misma manera el nombre de 'América Latina' habría sido concebido, tres siglos más tarde, como un 'programa de acción' destinado a integrar a las nuevas repúblicas americanas, recientemente desprendidas de la corona hispánica, en los planes y aspiraciones de una Francia en plena expansión imperial''.

En ''Sobre el origen y difusión del nombre 'América Latina', (1988), Mónica Quijada analiza cómo ''existe una interpretación que afirma que la génesis y difusión del nombre de 'América Latina' son un producto exclusivo del proyecto expansionista francés liderado por Napoleón III. Esta interpretación ha sido asumida colectivamente y convertida en 'autoridad', a pesar de los problemas que presenta y de las inatendidas refutaciones que ha recibido''.

A continuación, Mónica Quijada expone en qué consiste la infundada tesis que a nosotros no se nos ocurre llamar sino ''dogma Phelan'', y para la investigadora argentina es ''una interpretación asumida colectivamente y convertida en autoridad''.

''La argumentación -que aquí se expone de forma muy sucinta- era como sigue: la denominación 'América Latina' habría sido inventada y difundida en Francia en la década de 1860, con el objeto de justificar el proyecto expansionista de Napoleón III. En concreto, habría sido empleada por primera vez en 1861 en un artículo publicado por la 'Revue des Races latines', y solo en fechas más tardías lo habrían comenzado a utilizar los propios hispanoamericanos. Según esta interpretación, la invención del término no puede entenderse más que en el contexto del movimiento Panlatinista -del que la publicación mencionada era acérrima defensora- y como parte de un programa político destinado a promover los intereses de Francia en América''.

Como salta a la vista, esta tesis de Phelan no se sostiene ni cinco minutos. El nombre ''América Latina'' ya había sido puesto a circular en París, primero por Francisco Bilbao, en 1856; después, por José María Torres Caicedo en 1857 (''Las Dos Américas'' se editó en París, donde su autor se recuperaba de una intervención médica), cuando dicha publicación panlatinista recogió el nombre de origen hispanoamericano. Además, en España, en 1858 se comprendía perfectamente la idea. Lo insólito, en realidad, -y que demuestra la independencia de las dos corrientes de ideas, la hispano-americana y la francesa- es que la citada publicación no haya acusado recibo del nombre ''América Latina'' hasta 1861, siendo que se editaba desde 1857.

Comenta Mónica Quijada: ''Lo cierto es que a pesar de esta consagración generalizada, la idea de que el nombre 'América Latina' es un producto exclusivo del expansionismo francés no viene avalada por una argumentación sin fisuras. Por el contrario, dicha argumentación presenta varios problemas de diferente envergadura, cuya resolución constituye, en todos los casos, un interesante desafío para la investigación. Más aún, algunas de las afirmaciones básicas que la sostienen han sido cuestionadas en unas pocas pero incisivas publicaciones que, sorprendentemente, nunca fueron tomadas en cuenta. Y esta desestimación ha sido tan acrítica, como acrítica fue la aceptación colectiva de la versión del profesor norteamericano''.

La dogmatización de la tesis Phelan, su asunción ''acrítica'' para ser más suaves, es uno de los peores pasos en falso de la academia ''occidental'', sobre todo de su aspiración de querer ser reconocida como referente de ''verdad'' universal. Demuestra hasta qué punto sus conclusiones son puramente interpretativas, con desprecio de los hechos, los documentos, y el punto de vista de los propios latinoamericanos interesados en el asunto.

''Esta 'construcción social de la verdad' -prosigue Mónica Quijada- se basó en el siglo XVII en un sistema de 'confianza social', e indudablemente en un esquema de poder. En el siglo XX, tendríamos que agregar, quizá, los resortes (redes académicas, medios de comunicación, etc.) que hacen a algunos grupos más visibles que a otros y que contribuyen al éxito o no, de una teoría dada, a partir de factores que son ajenos a la 'veracidad' intrínseca de la misma''.

Lo preocupante es la forma como se están imponiendo estos ''factores que son ajenos a la 'veracidad' intrínseca''. En el caso de la doctrina Phelan, se abandona hasta una cuestión metodológica según la cual, la teoría debe sustentarse en evidencia, y si aparece evidencia contraria, lo que debe cuestionarse es la teoría y no los datos. Mientras la civilización europea hizo progresos, este criterio fue respetado. La Europa actual, sumida en una crisis que la afecta en todos los planos, ha optado por refugiarse en los dogmas, sobre todo cuando los dogmas son norteamericanos, como lo son también nueve de las diez trasnacionales más poderosas del mundo, como lo son los centros académicos donde se forma a los asesores financieros de la Unión Europea, y como lo son los estrategas de la OTAN.

El hecho de que veinte años después del artículo de Mónica Quijada, Joaquín Roy, sin atender estas consideraciones continúe aferrándose, de forma acrítica, a una tesis problemática enunciada por un profesor norteamericano cuarenta años atrás, y además lo haga con el característico dejo de soberbia ''occidental'' que supone el desprecio por lo hispanoamericano, lo portugués y lo español, en un artículo cuyo título resulta significativo (''El extremo Occidente: en la muerte de Huntington'') es preocupante.

Con una superficie de más de 20 millones de kilómetros cuadrados; una población de alrededor de 600 millones de personas; un PBI de más de 7 billones de dólares (comparable al de China, pero con unos trabajadores el doble de productivos que los chinos); un índice de desarrollo humano alto; 400 millones de hispano-hablantes (el factor más importante para que el español sea la lengua más hablada del mundo después del mandarín); América Latina es cualquier cosa menos una ''etiqueta francesa''. Habrá que reconocer que también tiene un pensamiento propio y, lejos de limitarse a ser un mero espacio de proyección de apetitos ajenos, constituye un sujeto histórico con intereses propios, que otras regiones del mundo deben respetar, en lugar de tratar de interferir y acomodar a su gusto.

''Basta que el pensamiento insista en ser, -en demostrar que existe, con la demostración que daba Diógenes del movimiento-, para que su dilatación sea ineluctable y para que su triunfo sea seguro''.

''[...] ¿No la veréis vosotros, la América que nosotros soñamos [...]? Pensad en ella a lo menos; el honor de vuestra historia futura depende de que tengáis constantemente ante los ojos del alma la visión de esa América [...]'' José Enrique Rodó, Ariel, 1900.





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